Cual película, cinco médicos mexicanos salvaron la vida de una mujer (foto) que tenía una ojiva explosiva en la boca. El Ejército guió a los profesionales para que no explotara en pleno procedimiento.
Karla Flores es una joven madre de tres niños que vende mariscos en las calles de Culiacán, en el estado mexicano de S
inaloa. Un día de trabajo como cualquier otro le cambió la vida. Era principios de agosto cuando una fuerte explosión la arrojó a casi 10 metros de su carrito de venta callejera.
Contó que sólo oyó una fuerte explosión, cayó al suelo y se sintió herida en la parte derecha de su cara, se la tocó y sintió un hueco en el rostro: tenía incrustada una esquirla de granada. Sin saber muy bien qué es lo que había ocurrido, ni de dónde provenía el explosivo, un desconocido la ayudó y la llevó a un hospital.
Una vez que las placas dejaron en evidencia el residuo explosivo, avisaron al Ministerio Público. Había que tomar una decisión rápidamente, pero esa bomba alojada en la boca de Karla podía matar a todos los que estuvieran en un radio de 10 metros. Mientras, la hermana de Karla, que es enfermera y la única que se animaba a acercarse, le succionaba la sangre para evitar que se ahogara.
Los militares, especialistas en balística, evaluaron la gravedad de la situación. Karla podía morir en cualquier momento porque esa ojiva estaba a punto de explotar. Nadie la quería operar. Era demasiado riesgoso. Además, el procedimiento requería de un cuidado especial: cualquier movimiento podía ser fatal.
El doctor José Alonso Betancourt, jefe de cirugía, detalló la situación a sus colegas. Les dijo que entendería que no estuvieran dispuestos a acompañarlo en el quirófano. Sin embargo, los anestesiólogos Felipe Ortiz y Cristina Soto aceptaron la misión, al igual que la especialista en cirugía estética, Norma Lydia Soto.
Antes de entrar a la sala de operaciones, todos ellos hablaron con sus familias.
Fueron cuatro horas de operación en la que se le abrió por completo la cara a Karla. Recién a la medianoche lograron extraérsela. La maniobra requirió de mucha pericia para que la ojiva no se girara ni, mucho menos, cayera al suelo. "Sólo podíamos lateralizarla, porque de lo contrario todos en un radio de 10 metros explotaríamos", explicaron los militares.
Karla necesitó otra operación semanas después. Su rostro cambió completamente: ya no tiene dientes, tiene un hueco en su mejilla y continuará bajo tratamiento por varios años más.
Karla Flores es una joven madre de tres niños que vende mariscos en las calles de Culiacán, en el estado mexicano de S
inaloa. Un día de trabajo como cualquier otro le cambió la vida. Era principios de agosto cuando una fuerte explosión la arrojó a casi 10 metros de su carrito de venta callejera.
Contó que sólo oyó una fuerte explosión, cayó al suelo y se sintió herida en la parte derecha de su cara, se la tocó y sintió un hueco en el rostro: tenía incrustada una esquirla de granada. Sin saber muy bien qué es lo que había ocurrido, ni de dónde provenía el explosivo, un desconocido la ayudó y la llevó a un hospital.
Una vez que las placas dejaron en evidencia el residuo explosivo, avisaron al Ministerio Público. Había que tomar una decisión rápidamente, pero esa bomba alojada en la boca de Karla podía matar a todos los que estuvieran en un radio de 10 metros. Mientras, la hermana de Karla, que es enfermera y la única que se animaba a acercarse, le succionaba la sangre para evitar que se ahogara.
Los militares, especialistas en balística, evaluaron la gravedad de la situación. Karla podía morir en cualquier momento porque esa ojiva estaba a punto de explotar. Nadie la quería operar. Era demasiado riesgoso. Además, el procedimiento requería de un cuidado especial: cualquier movimiento podía ser fatal.
El doctor José Alonso Betancourt, jefe de cirugía, detalló la situación a sus colegas. Les dijo que entendería que no estuvieran dispuestos a acompañarlo en el quirófano. Sin embargo, los anestesiólogos Felipe Ortiz y Cristina Soto aceptaron la misión, al igual que la especialista en cirugía estética, Norma Lydia Soto.
Antes de entrar a la sala de operaciones, todos ellos hablaron con sus familias.
Fueron cuatro horas de operación en la que se le abrió por completo la cara a Karla. Recién a la medianoche lograron extraérsela. La maniobra requirió de mucha pericia para que la ojiva no se girara ni, mucho menos, cayera al suelo. "Sólo podíamos lateralizarla, porque de lo contrario todos en un radio de 10 metros explotaríamos", explicaron los militares.
Karla necesitó otra operación semanas después. Su rostro cambió completamente: ya no tiene dientes, tiene un hueco en su mejilla y continuará bajo tratamiento por varios años más.
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