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sábado, 4 de diciembre de 2010

CARTA A UN TAL FELIPE

Felipe Calderón Hinojosa:

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El día de hoy al llegar a casa, me encontré tirado cerca de la puerta un sobre transparente en cuyo interior se observaba el escudo nacional. El contenido del sobre, tirado, debo insistir, era el siguiente: una bandera nacional, la letra del Himno y una carta de Ud., Felipe Calderón, firmando como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos (“haiga sido como haiga sido”, agréguese). A esa carta responden estas líneas.

El mismo sobre estaba tirado por fuera de todas las casas, aun en las deshabitadas y las de plano abandonadas. Qué lástima. La enseña nacional rodando por el suelo, como fiel estampa de la suerte que corre la patria desde hace muchos años, pero sobre todo en los últimos. Les pedí a unos chamacos que recogieran las banderas tiradas en las casas no habitadas. Trajeron 24 y se ganaron unos pesitos, que supongo se gastaron en productos chatarra.

No se les debe culpar por ello: asisten a escuelas chatarra y, a veces, hasta clases tienen; si prenden la tele, ven tele chatarra; lo mismo pasa si se les ocurre prender la radio, caso improbable, tratándose de chamacos; si se suben al camión urbano, será un camión chatarra; si sus hermanos pequeños asisten a la guardería, asistirán, peligrosamente, a una guardería chatarra, en donde podrán ser asesinados impunemente, pues lo más importante, lo que verdaderamente importa, es el margen de utilidad (para que salpique), y no su seguridad. Van formando parte, los chamacos, de una sociedad paulatinamente chatarrizada, por un gobierno que es chatarra, pero digerida ya, en los intestinos de la corrupción.

Ese gobierno, chatarra digerida, tiene en Usted a un representante inmejorable (¿o impeorizable?). Su gobierno, inundado en bases de datos con información de los ciudadanos, es incapaz de personalizar las cartas que acompañan Bandera e Himno. Por eso las tiran indiscriminadamente, para que muchas, muchísimas banderas, se confundan con la propaganda-chatarra-basura que avientan anunciando desde pizzerías, casas comerciales o de empeño.

Qué bueno que tiran la Bandera en sobre cerrado. Ahí debe quedarse. Son éstos, tiempos de guardar banderas. Por ello los vendedores de banderitas que hacen su agosto en septiembre, se quejaron de que este año, a pesar del bicentenario, se les quedaron muchas sin vender. Y cómo no, si el orgullo patrio y sus fervores deben esperar mejores tiempos.

Y hasta eso que Ud. se tira un rollo muy bonito. ¡Ah, los colores de la bandera! “el verde de la esperanza, el blanco de la paz que hemos conquistado y el rojo de la sangre derramada por nuestros antepasados”, dice usted. Pero ¿Cuál esperanza? Si la juventud entera (siete millones, y contando) tiene cancelado su futuro, al no encontrar ni oportunidad de estudio, ni de trabajo. ¿Cuál paz? Si en aras de obtener el reconocimiento y legitimidad que le negaron las urnas, Ud. sumergió al país en una guerra contra algunos narcos. En lo que sí tiene razón es en eso del rojo de la sangre derramada. Nada más faltó poner la sangre de nuestros antepresentes y de nuestros antefuturos. Pues quién sabe cómo y cuándo saldrá el país de esa guerra a la que usted le entró “como el Borras”.

Son, pues, tiempos de guardar banderas. Entre otras cosas porque la banda presidencial (no me refiero a su gabinete), la ciñe una persona que alguna vez dijo “yo gané, haiga sido como haiga sido”. Esa persona ensucia esa banda, que es nuestra bandera. Por eso nuestra bandera es una bandera sucia.

Sin embargo, la guardaremos hasta un día de julio de 2012. Cuando, a fuerza de votos, pongamos fin a su mal gobierno. Ese día la bandera ondeará feliz y orgullosa. Pero todavía no estará limpia. La lavaremos, la limpiaremos, hasta el primero de diciembre de 2012, a eso de las once de la mañana. A esa hora Ud. habrá entregado la banda presidencial y será incapaz ya de seguirla ensuciando.

A esa hora de ese día, iniciará Usted su inevitable camino hacia el fondo de la letrina de la historia. Debemos suponer que estará feliz, en su elemento. Nosotros también, con nuestra bandera rechinando de limpia. Lavadita, lavadita (con Ajax bicloro, porque la mugre está cañona), nuestra bandera podrá lucir esplendorosa, bajo el cielo de la patria nuevamente esperanzado.



Martín Vélez.

P.D: No me tutee, que hay niveles.
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